Como tantas otras veces en su historia, la
Argentina vuelve a enfrentarse con el problema de la restricción externa.
Esta restricción se puso de manifiesto a partir
de 2012 y se hizo todavía más visible durante este año, con la continua caída
en el nivel de reservas internacionales. Entre las causas fundamentales que
explican este fenómeno podemos identificar: 1) una elevada elasticidad ingreso
de las importaciones
,
provocada por un sector industrial poco desarrollado que tiene un coeficiente
de importación muy alto y, en menor medida, por un patrón de consumo desproporcionado
de bienes importados; 2) una débil capacidad para expandir la tasa de
crecimiento de las exportaciones, debido a una
estructura productiva desequilibrada que se especializa en la exportación de
commodities.
En suma, esto significa que en la actualidad para
poder crecer a una tasa adecuada (digamos entre 4 y 6%), la economía demanda una
cantidad de importaciones que no alcanzan a ser financiadas completamente por
las exportaciones que realiza el país. Por lo tanto, el gobierno se enfrenta al
dilema de crecer a una tasa menor (donde importaciones y exportaciones se encuentren
en equilibrio) o de buscar la forma de sortear este problema.
Resulta evidente que la respuesta no puede
ser conformarse con crecer a una tasa menor, por lo que la única opción que
queda es buscarle una solución al asunto. Ahora bien, ¿cómo se resuelve la
restricción externa? Hasta el día de hoy esta pregunta no tiene una respuesta
inequívoca, ya que este obstáculo económico ha aquejado a la Argentina desde
los inicios de su historia y nunca ha podido ser superado definitivamente.
Sin embargo, hay una propuesta que siempre
sale a la luz cuando reaparece este problema: la devaluación
.
Para los economistas que defienden esta medida, el modo mediante el cual la
devaluación relajaría la restricción externa sería a través del incremento en
los precios relativos en moneda local de las exportaciones y de las
importaciones, provocando una expansión de las primeras y una reducción de las
últimas. Asimismo, también
suelen destacar todas las supuestas bondades del mantenimiento de un
tipo de cambio alto (proveer un estímulo al crecimiento, al empleo y a la
industrialización, reducir la vulnerabilidad ante los shocks externos, etc.),
minimizando los costos que una devaluación acarrea.
Ahora bien, en la realidad parece operar de
otro modo el mecanismo por el cual mejora la balanza comercial. A pesar de la
idea que se encuentra instalada, la realidad es que las exportaciones tienden a
ser muy poco elásticas en relación a los precios, motivo por el cual no se
suele observar un crecimiento marcado en las ventas al exterior (diversos trabajos
avalan esto; ver acá y acá por ejemplo). Por el contrario, las importaciones
suelen reducirse notablemente, aunque la razón principal no vendría dada por el
aumento en el precio de los productos importados sino a través de un ajuste
encubierto que provoca una caída de la demanda agregada local. Este ajuste se
debe a la distribución regresiva que genera la devaluación, ya que los salarios
de los trabajadores suelen estar fijos en el corto plazo y por lo tanto el
cambio relativo de precios implica una caída del salario real en la misma
cuantía
.
Cabe destacar que existen
algunos economistas
argentinos que reconocen que una devaluación
conlleva una caída del salario real. Sin embargo, la justificación que utilizan
es que el nivel de salarios previo a la devaluación es demasiado elevado en
términos de productividad y capacidad de financiamiento externo, por lo que no
solo es necesaria su reducción, ¡sino que además es justa!
Pero además de todo esto, el aumento de los
precios domésticos de las importaciones genera un aumento del nivel general de
precios, cuyo
pass-through (la
velocidad con que la que la devaluación del tipo de cambio se traduce en
aumentos del nivel general de precios) va a estar determinado por diversos
factores como el grado de conflictividad en la puja distributiva, la inflación
pasada, el nivel del desempleo, el grado de utilización de la capacidad
instalada y de apertura comercial, etc. Si el
pass-through resulta elevado, entonces la devaluación va a provocar
un rápido incremento de la tasa de inflación, que se va a traducir en una apreciación
del tipo de cambio real y que, en última instancia, va a anular los efectos
“positivos” de la devaluación
.
Un análisis de los últimos procesos
devaluatorios que tuvo la economía argentina confirma que esta opción no es
ninguna panacea. En todos los casos se puede observar que comparten, en mayor o
menor medida, las mismas consecuencias: caída del producto, aumento en el nivel
de precios, caída del salario real y aumento del desempleo (click para agrandar).

Por lo tanto, lo que se observa es que una
devaluación alivia transitoriamente la restricción externa pero no resuelve el
problema de raíz; simplemente lo deja latente a través de un ajuste encubierto que
frena el crecimiento de la economía y cuyo costo lo pagan, como siempre, los trabajadores.
Acudir a medidas de este tipo se asemeja a visitar a un médico por un fuerte
dolor causado por la fractura de un dedo del pie, y que el doctor sólo nos
recete un calmante para aliviar ese dolor (!).
La cuestión es, entonces, ver de qué
manera reparar esa fractura. Una tarea nada fácil, ya que al día de hoy todavía no se le ha encontrado la vuelta. Pero sabemos que la devaluación no es la solución, y eso es un gran avance.